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SZYMBORSKA Wisława, DOS PUNTOS

"Dwukropek" Wisławy Szymborskiej - w doskonałym tłumaczeniu na język hiszpański!Los poemas de la famosa noblista polaca - en espanol!

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63,00 zł brutto

9788495142641

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Tom wierszy Wisławy Szymborskiej "Dwukropek" w tłumaczeniu Gerardo Beltrana i Abla Murcii Soriano na jęz. hiszpański!

La poesía de Wislawa Szymborska 

Ciertamente, hay en la poesía de Szymborska una poética del espacio –por no decir una poética de los espacios interestelares, claramente pascalianos–, pero también una poética del tiempo. Ambos son en ella herencia de una época que ha aprendido hasta la saciedad, gracias a la ciencia, a no pasarse de uno ni de otro; y es el sentido de una inmensidad casi impensable lo que justifica la tentación de contraponerle un punto como en Pascal, para quien el hombre es como una caña, lo más débil que existe en la naturaleza, pero una caña que piensa (es decir: mientras en el espacio el hombre no es más que un punto, en el pensamiento es el centro). Podría decirse que la aspiración a encontrar un equivalente a la caña de Pascal en el continuum del tiempo ha definido una muy especial aventura en la literatura del siglo xx, en Proust, Joyce y Walter Benjamin; es así como, en «Monólogo para Casandra» (de Mil alegrías, un encanto, 1967), Szymborska visita parajes muy similares a los que Benjamin recorre en sus 18 tesis con el propósito de definir una visión de la Historia alejada del historicismo y desvinculada de la idea de progreso. Pero, al contrario del ángel de la historia de Benjamin, que mira hacia el montón de escombros del pasado mientras es arrastrado hacia el futuro, la Casandra de Szymborska ya está en el futuro y desde allí contempla el pasado de los troyanos (los hombres): «Y ésta es mi ciudad bajo las cenizas»... Llama entonces la atención la importancia casi simétrica que el pensador y la poeta asignan al instante, fuente en el uno de la revelación de una historia verdadera, y origen en la otra de una vivencia que llama a la duración y que es como un fragmento de eternidad. En el poema citado, según Casandra, los hombres «Vivían en la vida / Llenos de miedo. / Condenados. / Desde que nacían en cuerpos de despedida, / Pero había en ellos una húmeda esperanza, / una llama que se alimentaba con su propio parpadeo. / Ellos sabían qué era un instante, / fuera el que fuera / antes de que...». Nos hallamos, sobra decirlo, en un momento de la visión szymborskiana del hombre ajeno a la burla y al sarcasmo que brillan, por ejemplo, en «Un encanto», el poema final del mismo libro, quizás el más ácido de la autora; nada que tenga que ver con la cola del dinosaurio a la que saca hilos la poeta... Muy por el contrario, el instante pertenece a las potencias enaltecedoras del hombre o, mejor aún, del poeta (en «Arqueología», de Gente en el puente, 1986: «Muéstrame tu pequeño poema / y te diré por qué / no surgió ni antes ni después»), y llega casi a confundirse con el poema, como afirma en «De hecho cualquier poema» (de su último libro, Dos puntos), donde se puede leer: «De hecho cualquier poema / podría titularse «Instante». // Basta una frase / en presente, / pasado o incluso futuro».
Visto así, el instante podría definirse también como el momento en que el poema es dado a luz a través de las palabras; un momento que no es simplemente el de transición entre un antes y un después, sino el de un iluminarse de la conciencia a través de la escritura. Aunque la autora no lo diga explícitamente, dicho momento asume la forma de una epifanía, y cabría preguntarse si no pertenece por derecho propio a los momentos en que se tiene alma («Alma se tiene a veces. / Nadie la posee sin pausa / y para siempre», dice en «Algo sobre el alma», de Instante, 2004). En cualquier caso, en la poeta que Szymborska sabe que es esta conciencia de la grandeza del instante –una conciencia Ideal, en el sentido baudeleriano, es decir, no spleenica– se plantea casi al nivel de una poética, en tanto que conciencia de una capacidad demiúrgica. En «La alegría de escribir» (el primer poema de Mil alegrías, un encanto, 1967), la voz que habla en el poema se recrea ante la sensación de controlar el proceso en esa inesperada dimensión de lo real que es la página en blanco, cuya nada es una potencia creativa. En efecto, ella puede plantearse como el justo homólogo de la nada bíblica que es el origen de todo, como si la creación del mundo por Dios hubiese sido un fenómeno de escritura: por eso, en las palabras del poeta duerme la tentación de lo absoluto; en la segunda estrofa del mismo poema se puede leer: «Sobre la hoja blanca acechan para saltar / letras que pueden combinarse mal, / frases que acosan / y ante las cuales no habrá salvación». Más adelante, leemos:

Olvidan que esto no es la vida,
Aquí rigen otras leyes, negro sobre blanco.
Un abrir y cerrar de ojos durará tanto como yo desee,
Permitirá ser dividido en pequeñas eternidades,
Llenas de balas detenidas al vuelo.

Negro sobre blanco, punto de arribo tras el largo viaje, la aventura del poeta que lleva tras de sí el espectro del mono es en suma la aventura del mono escritor, mono que es caña pensante, mono que es también jugador contra el azar, como si en el poema «La cueva» («Mis primeros santos vientres / con sus pequeños pascales», del libro Mil alegrías, un encanto, 1967) el nombre de Pascal fuese sustituible, al menos durante un díscolo instante, por el de Mallarmé, el autor de Golpe de dados. Porque el lírico de la palabra quintaesenciada, el que llega a hacer audible en sus versos la modulación de lo inefable, es –él también– un descendiente del mono: cabría recordarlo para reírse también un poco de él al final del viaje. Encontrar la página en blanco, lo que ella significa, es para ese mono gramático que en definitiva es el hombre llegar al final de su trayectoria y descubrir a Dios en el reconocimiento de su propia capacidad demiúrgica. O lo que es igual: encontrarse a sí mismo en la palabra escrita, el sitio donde se esconde el dios oculto. Éste no sería otra cosa que el hombre sin cola que se mira en el espejo de lo absoluto y toma conciencia de él a través de la página en blanco, su más fiel imagen; en ella puede escribir con líneas desiguales como Dios, puede poner límites al silencio por medio de la puntuación, puede incluso escribir dos puntos –negro sobre blanco– para elevar una vez más el listón que el hombre solitario, alejado de su especie, debe superar en busca de respuesta...

(fragmento final del prologo, de Ricardo Cano Gaviria)

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